24.6.08

Cama para uno [part X]

.
- Cuando me contaste esta historia por primera vez pensé que jamás me cansaría de escucharla, ni de escucharte. Estábamos en esta misma mesa, era también una tarde de junio y tomábamos café, tú sin azúcar y yo con ella. Quizás por eso la identifiqué con nosotros dos. Me enamoré de aquel chico del que contabas que escribió te quiero en el vaho del espejo y odié a la chica que se marchaba dejando sólo una carta. ¡Cobarde! Recuerdo que, a medida que tus palabras hacían avanzar la película, imaginé cómo hacía su maleta. Podía ver los colores de sus faldas, sus bragas mal dobladas, las camisetas de tirantes, un vestido de rayas, un viejo cepillo de dientes. Creo que, incluso, podía escuchar el tintineo de las llaves al caer sobre su otra mitad. Llegué a imaginar cómo la chica se marchaba la mañana siguiente. Cuando despertaba, él ya no estaba. Ella se vestía, se recogía el pelo y arrastraba su maleta. Era de cuero marrón. No sé por qué la imaginé de cuero marrón.

- ¿Sabes? El final siempre me ha recordado a una calle de París, a Rayuela, a eso de “andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”. A los “amores eternos” de Sabina. “Hacerlo eterno”, dijiste tú también.

- Creo que es la historia más bonita que me han contado nunca.

- ¿Por qué has vuelto a contármela esta tarde, en esta misma mesa, en este mismo café, después de tanto tiempo?
.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Porque te quiero.