26.2.08

[subway]

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Te lo dije muchas veces: los besos no llegan hasta el sofá.
Hay que salir a buscarlos.

Los besos, para que sepan a besos,
hay que lucharlos,
hay que ganarlos.
A veces, incluso, hay que llorarlos.

Es cierto, hay besos que llegan solos,
pero entonces ya no saben a domingo por la tarde.
Saben a alcohol, a noche de viernes, a resaca de sábado.
Saben borrosos y aguados.
Saben a humo, a risas falsas, a olvido.
Saben a no me importa.

Los besos, los que nunca llegan,
los que sueñas,
los que se buscan y aparecen cuando menos te los esperas
saben a planes a medias.
Saben a abrazos en la despedida, a café, a cerveza compartida.
Saben a sonrisas, a ojos que brillan, a conversaciones contigo.

Los besos, para que sepan a besos,
han de ser tuyos.

20.2.08

otro rumbo, otra vida... los mismos sueños

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Voy a buscarte a la salida del trabajo,
a Madrid le faltan caricias y abrazos.
Se los daremos ahora.
¿Cómo ha ido todo? ¿Me has echado de menos?
¿Sabes,? anoche apareciste en mis sueños,
llevabas menos ropa.
Hoy he encontrado en el Segunda Mano
un piso modesto, céntrico, barato,
en el paraíso apenas a unos minutos,
si vamos en Metro, del resto del mundo.
(...)
Asumo el riesgo, te miro y planeo
una vida contigo cargada de sueños.
Y si no se cumplen cuando despertemos,
con la luz del día ya veremos lo que hacemos.

12.2.08

Una nueva vida

En algún momento olvidé que los sueños hay que lucharlos. O quizás los luché, pero no siempre se cumplen. Quizás los papelitos que volaban desde la Torre Eiffel nunca llegaron al suelo. Supongo que hay que tener cuidado con lo que uno sueña. Váyase usted a saber.

El caso es que parece que ha pasado la tormenta. Por fin. Creo que puedo decir que de ésta he salido no sé si fortalecida (porque fuerte nunca he sido), pero sí con las ideas un poco más claras, aunque siga sin saber muy bien hacia dónde voy o hacia dónde quiero ir.

Los últimos días han estado cargados de dudas, de nostalgias, de melancolía, de rabia, de ganas de tirar la toalla. Buscaba mi hueco y hasta dudaba de si hay hueco para mí. Estaba perdida. Sigo perdida. En la brecha, Madrid, los recuerdos, las personas que llegan a tu vida para ponerla ‘patas arriba’ (en el buen y el mal sentido, que de todo hay), las búsquedas infructuosas de piso, las incertidumbres que de vez en cuando nos atacan para recordarnos que ellas también siguen ahí, la sensación de necesitar dar cien pasos para llegar al mismo lugar que al resto le ha costado un par, un máster estúpido que conduce a algo que no quiero, los trabajos absurdos “en investigación” (y se les llena la boca, sin saber que esto no sirve para nada) que te roban el sueño, las horas y las ganas. Las pequeñas cosas, las grandes.

Y con todo, mi vocación, el periodismo, y los últimos siete años de mi vida. Estoy con Twain, cuando dijo aquello de que el “periodismo era explicar que acababa de morir el señor Jones a un lector que no sabía quién era el señor Jones”. Pero también sé que, como le leí a ‘Daze’ hace algunos días, soy periodista porque “tal vez, lo necesito y porque, seguro, es lo único que desearía hacer en la vida”. O quizás no lo único.

Y en el fondo de todo sólo es miedo.

Pero he recuperado la sonrisa (y con ella, mi lado payaso y mis canciones por los pasillos) y ahora sé que quiero encontrarme. Ando en mi busca. Sé que necesito una meta y un camino y, aunque no me gusta quedarme a medias, parece que nunca acabo de llegar. Me sobran puntos de partida. Así que he decidido cambiar el rumbo. Al menos, de uno de ellos.

“Viento en popa, a toda vela”

9.2.08

defender la alegría

Estuvo en un cajón del armario todo el primer año de Madrid. La dejamos en un escritorio de la sala de prensa del Senado junto a una enorme sonrisa de Quino. Desde hace mucho tiempo cuelga en las paredes de mis habitaciones. Hoy, justo hoy, porque así son las casualidades, me encuentro esto...


7.2.08

des-cafeinado



TAC

Escríbeme que me quieres
anhelo oírlo de tus manos.
No cuentes nada, no esperes
quiero acabarlo en tus brazos.




Éste es el malo... Por suerte, el mundo es maniqueo...

Ahí va el bueno, cafeína incluida: http://www.fotolog.com/ciencafes/39737795

6.2.08

...

Sacó las llaves de la cerradura y dejó que la puerta se cerrase por la inercia de un ligero golpe de cadera. Soltó las bolsas de plástico en el suelo. Buscó un taburete casi a tientas, se sentó y cerró los ojos. Le costaba respirar. Quizás era cierto aquello de que había llegado la hora de mudarse. Aquel quinto sin ascensor cada día estaba más lejos. Demasiados pisos, demasiados escalones, demasiadas vueltas.

Respiró hondo.

La sensación de ahogo y el mareo comenzaron a desaparecer.

Sentía el tiempo en sus manos. Le habían salido manchas y la piel se había ido arrugando. Por primera vez fue consciente del paso de los años. Pensó que estas cosas a diario no se notan, que debía haberse cuidado más, que, visto desde la distancia, quizás no tendría que haber trabajado tanto. Que debería haber disfrutado más.

Había tenido cuatro hijos, la primera con 18 años. Había trabajado muy duro limpiando casas, cosiendo y, últimamente, cocinando en el comedor de un colegio. Cuando su marido se jubiló, ella también. Se prometieron hacer ahora todas aquellas cosas que un día, y otro, habían dejado de hacer porque siempre había algo más urgente.

Hoy cumplía 61 años y llegaba del mercado. El abuelo iría, como cada día, a recoger a sus tres nietos y a ella le tocaba cocinar para cinco. Serían doce en la cena.

Aún así, miró a su alrededor a medio camino entre la nostalgia y el orgullo. Juntos habían construido todo aquello. El día que murieran, algo suyo, muy suyo, seguiría aquí. Recordó las meriendas de verano en medio de la ciudad, los bocadillos de tortilla de patatas y las tartas de manzana. Recordó el día de su boda, los enfados de enamorados y la tarde que le escribió: “te espero en la esquina que hay al lado de tu casa. Si fuera tú, vendría, porque te voy a esperar siempre. Eternamente si hace falta”. Su padre aún no sabía nada del pretendiente de su hija y él intentaba retrasar lo posible aquel momento. Por eso habían discutido.

Sonrió al pensar que aquello sólo eran cosas de viejos.

La puerta se abrió. Los tres pequeños corrieron a darle un beso y después a lavarse las manos en medio de gritos y risas. Su marido se quedó apoyado en la entrada. También le costaba respirar. Envejecían juntos. Eso era lo único que importaba.

Él le guiñó el ojo.

Si miraba atrás no había un recuerdo en el que él no estuviese.

Mientras la miraba, pensó que no concebía la vida sin ella.