21.1.08

septiembre

Muchos años después volvimos a encontrarnos. Fue en septiembre del 2000, en la puerta del colegio de los niños.

Estaba igual, salvo que la juventud y los kilos habían seguido una trayectoria inversamente proporcional en su cuerpo. Vestía traje y corbata, tenía barba de varios días y las canas le hacían parecer mayor. Había aparcado el coche en la calle de al lado y de su mano caminaba indecisa una niña de grandes ojos negros y coleta alta. Acababan de mudarse.

Yo era la de antaño, sólo que ahora me teñía el pelo una vez al mes y varios centímetros de mi pecho habían recalado en la cintura y las caderas, pero multiplicados por el número de años que habían pasado desde la última vez que nos vimos. Mi carácter se había agriado desde el divorcio y mi cara había sido cincelada a base de disgustos, cuentas que nunca cuadran, dobles jornadas y horas de cola en el supermercado. Desde el nacimiento de mi hijo mis prioridades habían cambiado, más ahora que nos enfrentábamos solos a la vida.

Quizás los dos habíamos cambiado demasiado. Era absurdo mantener ese juego de creernos los de siempre, los de entonces. Era más maduro aceptar que pasábamos de los 40, que llevábamos una vida rutinaria e insulsa y que había quedado atrás aquella época en que soñar un futuro juntos era algo más que un pasatiempos. Y más que una utopía.

Tardamos en reconocernos. O puede que lo hiciésemos al instante y nuestros pensamientos se detuviesen en volver a ese punto exacto donde, dos décadas atrás, las manecillas del reloj se pararon para nosotros.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Supongo que el tiempo siempre juega en nuestra contra. Se alarga y encoge a nuestro antojo. El tiempo es sin duda nuestro mayor enemigo. Infinito en nuestros errores y escurridizo en la alegría.

1 gran abrazo

f. life!!

Anónimo dijo...

Bonita

Adijirja dijo...

¿Los personajes eligen a las historias o son las historias las que eligen a los personajes?? Esta historia me suena... con otros personajes... :))