Alguna vez, de vuelta a casa, hablábamos de la magia que existe en la monotonía de la vida y sus recovecos. Él me contaba que en el supermercado habla con las verduras. Que lo había intentado alguna vez con las frutas, pero, al parecer, el resultado había sido profundamente insatisfactorio. Y es que la fuerza interior que tiene la coliflor no tenía nada que ver con la de la clementina, a pesar de que ésta pudiese resultar siempre mucho más atractiva. En realidad, es una vanidosa. Yo me reía y le decía que no me refería a eso, sino al hecho de poder mantener una conversación como aquella a la salida de la oficina después de diez horas de rutinario trabajo.
Siempre nos despedíamos en la esquina con la promesa a medias de que mañana sin falta habría que discutir el tema delante de una copa de buen vino y con la convicción de que mañana sería siempre mañana.
Y aquello a era, precisamente, la magia de la monotonía de la vida y sus recovecos.
Siempre nos despedíamos en la esquina con la promesa a medias de que mañana sin falta habría que discutir el tema delante de una copa de buen vino y con la convicción de que mañana sería siempre mañana.
Y aquello a era, precisamente, la magia de la monotonía de la vida y sus recovecos.
1 comentario:
Es cierto, pero no sólo las clementinas... las cerezas son aún más vanidosas... se pintan las mejillas y te miran desde arriba cuando las saludas...
sí, nos pasamos la vida diciendo mañana y al final mañana nunca existe y cuando nos queremos dar cuenta hoy ya es demasiado tarde...
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