2.10.07

segunda carta

de octubre


Queridísimo mío:

Esperé con impaciencia tu carta. Sabía que no lo harías. Enfadarte, digo, aunque me amenazases con dejar de escribir. En el fondo, tú sabes tan bien como yo que no soy tan fuerte. Y no, no he vuelto a intentarlo. Ya te lo dije, sigo prefiriendo el arte de dejarme llevar y el otoño es el instante propicio para ello. ¿Has visto cómo caen las hojas? Es más cómodo ser hoja seca que tratar de buscar respuestas. Al menos de momento. ¿Cobardía? Prefiero pensar que no. Lo que nos salva de nosotros mismos es una vida que poco tiene que ver con la vida misma, con el aquí y ahora. ¿O acaso tú no lo crees? ¿O acaso tú no tienes sueños que se proyectan en un plano diferente?

Yo anoche soñé contigo. Había tubos de acero, un pasillo gris, muy largo, pero angosto y grandes ventanales de metacrilato. Todo estaba en silencio, pero ese tipo de silencio que te revienta los tímpanos, ese tipo de silencio que en las pesadillas se atasca en la garganta y no te deja gritar. No había nada más. Sólo un pasillo largo y angosto con tubos de acero y grandes ventanales de metacrilato. ¿Qué por qué digo que soñé contigo? No lo sé. Estabas allí, aunque no supiese verte. Imagino tu risa ahora mismo. Veo cómo tus ojos se hacen chiquitos, cómo se te arruga la piel y cómo respiras de forma entrecortada, como si te estuvieses ahogando, mientras de tu boca sale esa risa tan peculiar. Te conozco tan bien que sé incluso lo que estás pensando. Si pudiera decírtelo aquí mismo, asentirías, con ese gesto tan tuyo de saberte descubierto. Puedes interpretarlo como quieras, pero deja a un lado la locura. Sólo fue un sueño.

De todos modos, me hace gracia que sigas creyendo en mí después de tanto tiempo, que escribas esas cosas. ¿Cuánto hace que no nos vemos? ¿Eres consciente de que lo que sabemos uno del otro no son más que palabras? No es un reproche, supongo que más bien autodefensa. Temo defraudarte. Creo, incluso, que sería capaz de mentirte antes que defraudarte. Tanto es lo que te aprecio, tanto lo que necesito tu fe.

Y así van pasando los días. Inmersa en lo cotidiano y en esconder fantasmas que tú te empeñaste en desenterrar he visto comenzar la época de tormentas. He dado un par de vueltas por la ciudad, estuve tentada de entrar en el café, pero un extraño impulso me llevó de vuelta. El libro que me enviaste con tu última carta está empapado. No me di cuenta de que había comenzado a llover…

Hasta pronto

V.R.

No hay comentarios: