3.10.07

tercera carta

de octubre


Queridísimo mío:

La noche ha sido esta vez más larga que de costumbre. ¿Te ha pasado alguna vez no poder conciliar el sueño? Sentir cómo las gotas que golpean con fuerza el frágil cristal de la ventana corren sin remedio por tus mejillas, saladas, tan saladas, es casi el principio de la locura. Las adivinas incluso antes, las notas nacer dentro de ti, las abrigas con los párpados, cierras los ojos bien fuerte, aprietas los dientes, pero no hay forma posible de pararlas. Ellas van creciendo, se desbordan, te taladran la piel en el instante preciso en que se desbocan y se van a perder más allá, como las gotas de lluvia en el cristal. Una después de otra, incansables, incesantes... resbalan y se pierden para siempre. Shhh, ya lo sé. Me lo dijiste tantas veces: “Eres como Marrast” “¿Por qué?” “No es difícil prever tus movimientos. La tristeza te vuelve rutinaria” “¿Quién es Marrast?” “Marrast eres tú” “¿Yo?” “Sí, tú… O no eres tú, pero como él tiendes a entender complicando o a complicar entendiendo” Sigues pensando lo mismo, ¿verdad? Sigue siendo un problema de leer entre líneas, de ver más allá. En realidad no estaba triste. Es sólo que la lluvia… Tu libro sigue empapado, pero las palabras resisten.

¿Sabes algo? Me entraron unas ganas tremendas de sacar la vieja bicicleta y pedalear, pedalear, pedalear hasta donde tú estás. Asomarme por la esquina de una ventana o por la cerradura de la puerta y descubrirte, como haces tú conmigo a distancia. Igual que tú, sin que me veas. Sería la única manera de no sentir la nostalgia de no estar aquí, de evitar que los circulitos de humo que puse en tu lugar no se esfumen. Me da rabia no recordarte como eres, sino como yo te imagino. Me da rabia haberte ido construyendo a la vez que te perdía. Y, mientras, me entusiasma que tú seas capaz de recordar ‘absurdas’ conversaciones como si fueran de ahora mismo. “Les haces reír” “No es difícil, quizás sigo siendo un poco como ellos” “Sí, de eso no hay duda. Aún así, serás una buena madre” “¿Yo? No” “¿Por qué estás tan segura?” “Porque nos pasaríamos las tardes comiendo caramelos. Yo no podría negarme y ellos lo sabrían. Y eso una madre no debe consentirlo” “Aún así, hablas en plural. De tus supuestos hijos… jajaja”

Nunca hasta estas últimas cartas habíamos hablado de cómo ha pasado el tiempo, de cómo hemos pasado con él, de cómo somos o cómo nos inventamos. Es agradable tener la memoria tan lejos, por si me hace falta.

Hasta pronto.


V.R.

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