27.8.07



Dicen que a Venecia hay que ir enamorado. A ciertos rincones de Portugal, también.

Oporto es una ciudad mágica. Me llenó de nostalgias, de sonrisas, de miradas curiosas, hasta de recuerdos vividos lejos de allí. Nada más contemplar la orilla del Duero caí rendida a sus pies. Tanto que me acordé de que hace más o menos un mes, paseando Madrid, le dije a Mariajo que quizás, ahora que tenía a esta ciudad totalmente asociada a alguien, fuese el momento de cambiar de aires. Oporto podría ser un buen destino. Allí, como en ningún otro sitio, eché de menos, pero fue en un mítico café de Lisboa (si las mesas de los cafés hablasen...), escuchando una de esas historias de amor de dos personas que se quieren casi por encima de todo, pero sin final feliz, porque, a veces, la vida es así de absurda, donde comprendí que mi problema había sido otro. Me resulta increíble, pero lo fundamental no había sido que él no me quisiese, ni que yo lo quisiese demasiado, sino que había imaginado una vida perfecta a su lado y que, por primera vez, había pensado que sí me sería posible pasar los próximos sesenta años junto a él...


3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Algún día nos podremos reir de todo esto? Ojalá pudiesemos saber lo que va a pasar en el futuro para no sufrir en exceso por la incertidumbre de lo que vendrá. Mientras tanto, tendremos que disfrutar del día a día aunque la mente se distraiga más de lo deseado en aquello que llevamos en nuestro corazoncito.

Anónimo dijo...

esta vez la nostalgia no equivale a tristeza, más bien a una sonrisa medio dibujada, medio desdibujada... esta vez la nostalgia era una conclusión... ahora es más fácil, sólo hay que volver a imaginar...

dicen que el humor comienza por reírse de uno mismo y de esta historia, a pesar de todo, de mí misma, me he reído mucho... debe ser el estado de enajenación (imbecilidad) transitoria, pero hace tiempo que decidí que por ciertas cosas no hay que perder la sonrisa...

Anónimo dijo...

A brasileira. Buen café, mejores recuerdos.