29.8.07

[elogio de la vida]

Que el tiempo se escurre entre los dedos es un hecho, que hace mella en nuestros rostros (si no te llamas Isabel Preisler), también y que, al final del camino, éste se termine para siempre es un gran putada.

Yo elegiría vivir cien años, doscientos, eternamente.

Aun así, por meros problemas técnicos, logísticos y/o médicos, es cierto que cada segundo que pasa nos acerca más a ese negro desenlace alivio de muchos. Y es precisamente por eso por lo que no nos estamos muriendo, sino que ESTAMOS VIVIENDO. Precisamente porque la dama de la guadaña (que estúpido nombre) aparece cuando menos se la espera (ojalá pudiésemos no abrirle la puerta) ESTAMOS VIVIENDO.

Confieso que le tengo miedo. No es un miedo sano ni respetuoso ni distanciado. Es auténtico pánico. Miedo a mi propia muerte y no porque fuese a cambiar nada el mundo son mí, que me decía alguien. Sé que seguiría igual: un par de lágrimas de las cuatro personas que me quieren y a seguir. Y así ha de ser. Escuchaba hoy en la radio que “la muerte no respeta la excelencia” –por Antonio Puerta y por Francisco Umbral-, imagínense pues a mí… triste mortal… y rosa…

Miedo a mi propia muerte y pánico a la muerte de la gente que quiero. Miedo a la muerte de un compañero de clase, del vecino del quinto, del quiosquero, de la panadera, de un sevillista de 22 años que iba a ser papá… Miedo porque cualquier persona, conocida o desconocida, nos aporta parte de ese trasfondo del que estamos hechos y miedo porque cada muerte nos recuerda las pasadas y las futuras.

Sin duda, los momentos más tristes de mi vida están ligados a ella, quizás por eso no soporto ni los hospitales ni los cementerios, quizás por eso me río de las condolencias forzadas y quizás por eso jamás he “dado el pésame” a nadie. Las cosas las siento de otra manera, con una mirada cuando David perdió a su abuelo, con una carta de despedida a una viuda desconsolada o llorando amargamente cuando murieron mi tía y mi abuela… Otras veces es el corazón el que se te encoge y no te deja hacer nada, como cuando murieron los peques de Maricruz… Pero al final, quizás por propia cobardía, prefiero darle la vuelta a todo… por eso sólo guardo los buenos recuerdos…

Manolo Jiménez, entrenador del filial del Sevilla y, por tanto, durante mucho tiempo de Puerta, decía ayer: “yo que siempre he sido tan competitivo, que siempre he dicho que hay que darlo todo por ganar, hoy me río del fútbol”.

Yo me río del fútbol… de las cosas que dejamos de hacer por miedo, de los besos que no damos, de los ‘te quiero’ que no decimos, de los trenes que dejamos pasar, de las disculpas que no sentimos, de las sonrisas que ahogamos, de las lágrimas que vertemos…

Hoy me río de la muerte (con los riesgos que eso conlleva)

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