20.11.06


Se hizo cargo de cuánto habían cambiado las cosas apenas giró la manecilla. Le hubiese gustado mirar a través de la oxidada cerradura, como tantas otras veces, pero se resistió a hacerlo. Ya no era una niña, era una señora, hecha y derecha, con una familia y toda una vida a la espalda y no iba a permitirse aquellas tonterías de andar espiando en estancias ajenas. Pero algo en ella se empeñó en que aquel recuerdo también le pertenecía.

Había perdido todos sus sueños. Lo sabía, pero se hizo evidente cuando se vio reflejada en el espejo. Sus mejillas habían perdido el color y tenía arrugas. Fruncía el entrecejo e irradiaba cierta amargura. No se reconoció. Hacía años que no lo hacía. En cambio, él era el mismo de antes. Él sí. El corazón le dio un vuelco cuando Marcela le contó, con cierto reproche, que él había olvidado cómo reír. ¡Cómo si ella hubiese sido la culpable! ¡Cómo si él no la hubiese dejado marchar! ¡Él le prometió que no se separarían jamás! ¡No lo permitiría! ¡Él era el culpable! ¡Qué podía hacer ella!

Se sentó en la silla, delante del espejo que, sin duda, había servido de tocador. Apoyó la cabeza en sus manos. Sentía un vacío inmenso, pero se resistía a llorar. Poco importaba ya... Al fin y al cabo, de quién era la culpa... El Atlántico es tan grande...

Miró a su alrededor intentando recobrar el tiempo pasado, acercarse a ese personaje que el dolor había construido. Encima de la mesa había pinturas, restos de polvo de arroz, varios lápices y brochas de diferentes tamaños. De la esquina del cristal colgaba un sombrero negro y sobre una cajita de madera descansaban perfectamente doblados dos guantes blancos. Sonrió. Dentro del inusual caos de la habitación reconoció al viejo doctor. Ordenado y cuadriculado en extremo. Hay detalles que jamás cambian. Aquel era uno de ellos. Siguió escrutando el resto de la habitación. Había varios trajes diferentes encima de la cama. Diferentes colores. Se levantó y se acercó hasta allí. De entre todos, escogió el más colorido.

- No era su preferido.

Un escalofrio recorrió su cuerpo. Se sintió, ahora sí, como una niña a la que su madre sorprende probándose su vestido de novia y subida en sus tacones. Marcela se acercó al armario y de él sacó un traje totalmente blanco.

- Pierrot

- Eso es -contestó Marcela-. Pierrot

1 comentario:

skldá dijo...

la gente debería pasar la revisión... al menos tú sí, creo que te tirarían... estás locccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccccaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!