11.7.08

el equilibrio es [im]posible


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Al contrario de otra manera…

Es la frase con la que me ha definido mi hermana este mediodía por teléfono. Me pregunto si el hecho de llegar estas palabras que, a priori al menos, no tienen sentido a través del cable cambia la perspectiva. De hecho, me pregunto qué ha querido decir exactamente, pero ni ella sabe explicarlo. Así que hemos convenido que sí, que puede ser cierto, que soy al contrario de otra manera, pero que hay que definir claramente el concepto antes de irlo soltando por ahí a la ligera. Bueno, esto último lo he decidido yo, lo de definirlo, porque mi hermana se cansó enseguida de discusiones semánticas que no le aportan nada, máxime cuando tenía delante un plato de garbanzos, y pasó el auricular a mi padre.

Mi padre es un tipo que (casi) siempre está de buen humor, al que le encantan los niños y que adora a su familia por encima de todo. Y cuando digo familia es familia, así en el sentido más amplio de la palabra. Que de repente aparece una sobrina nieta de mi abuela que en el año pum hizo no sé qué cosa… pues de la familia… que el que aparece es un primo segundo o tercero o cuarto que cuando era joven siempre iba al pueblo en verano (a comerse la matanza, dicho sea de paso, que en los pueblos antes –y ahora- de buenos eran tontos), pues de la familia. La verdad es que a mí esas cosas me repatean bastante, porque la gente de fuera, ‘los madrileños’, adjetivo con el que de forma genérica se califica a todo bicho viviente, vivan en Madrid, en Barcelona o en Valencia, que aparece en el pueblo en verano, se aprovecha muy mucho de la buena voluntad de la gente de los pueblos. Antes y aún. El caso es que todo lo malo que en agosto sucede por allí tiene un culpable claro: que el agua llega con menos presión, culpa de los madrileños; que el microondas no calienta el café como debiera por las mañanas porque también la luz se resiente, culpa de los madrileños; que los currantes no pueden dormir por las noches porque todo el mundo se sale a la calle a tomar el fresquito y a charlar, culpa de los madrileños. Y todo cierto, eh? El problema es cuando vas a tu casa (o la que creías que era tu casa) y te quejas de los madrileños, de la luz, del agua y del ruido de las noches y van tu padre y tu hermana y se ríen en tu cara mientras te recuerdan que tú eres otra de esos madrileños usurpadores de agua, luz y descanso en verano. ¡Lo que hay que oír!

Así que no me queda otra. Ahora, además de ameba simple, desorientada, despistada e inestable, soy al contrario de otra manera y desarraigada. O madrileña.

Visto lo visto, va a ser verdad lo de que el equilibrio es imposible


2 comentarios:

Anónimo dijo...

No puedes ser una usurpadora siendo natal de tu pueblo, tu no eres de esa clase de "madrileños" aunque si los que viven allí no se quejan...no te quejes tú ya que estás allí unos pocos días al año...
y qué hago yo dando consejos?


no me hagas ni caso.


mil millones de

Adijirja dijo...

Es lo que tiene ser emigrante: llegas a convertirte en extranjero en tu propia casa...