Carta urgente para el registrador de manifestantes:
A MÍ QUE NO ME CUENTEN.
Estimado señor registrador de manifestantes:
El motivo de esta misiva no es otro que explicarle detenidamente que, detrás de ese puntito verde y negro que, ayer por la tarde, se movía inquieto, como cuando sacas un pez del agua, todo lo rápido que le permitían señoronas con tacones y abrigos de visón y señores con gabardina y puro y bigotito y niños y jóvenes con banderas, banderitas, banderolas y banderotas había una persona que no quería estar allí. Entiéndalo, después de visitar una exposición sobre un representante de la bohemia parisina, yo dirigí prestos mis pasos a Lavapiés, pero el destino es caprichoso y mis acompañantes... mmm… ‘te llevamos en sentido contrario, pero por otra calle para que no te des cuenta’. Mis mapas mentales de esta ciudad son limitados y lo serán aún cuando muera después de pasar aquí cien años. Mi sentido de la orientación lo es aún más. Además, Internet me falló, no escuché la radio ni vi la televisión. Pensé, equivocadamente, claro, cuando me vi camino del VIP’s de Colón a paso ligero, que la manifestación habría sido a las doce. Los pequeños grupúsculos portadores de trozos de tela rojigualda bien podrían ser los últimos resquicios. Eran más de las tres. Pero no, la afluencia cada vez era mayor. Se les veía pasar a través de los cristales. Una chica se pintaba los labios. Un matrimonio entraba a tomar café evitando el frío mientras comenzaba el cotarro. Para cuando empecé a ser consciente de lo que, en realidad, ocurría, ya se me había atragantado el pollo oriental con arroz blanco insaboro. Mis últimas palabras la noche anterior habían sido: ‘y mañana, pase lo que pase, no comemos en un VIP’s, que estoy empezando a odiarlos’.
Pues sí, sobre las cinco, me vi saliendo a la calle Génova con bastante cara de asco. Quería ir al Prado, pero para eso aún tenía que subir toda la calle, llegar a la plaza de Alonso Martínez y, por diversos motivos que aún no he podido entender, bajar por la otra acera de la misma calle para poder, a duras penas, alcanzar el Paseo de Recoletos. A efectos prácticos, más de una hora para cruzar una maldita calle. No me entiendan mal, estoy a favor de la libertad de expresión y del derecho de manifestación de la gente. Es más, estoy, incluso, a favor del derecho de todos a ser hipócritas, pero no lo soporto. Se supone que aquello era una manifestación en recuerdo de las víctimas del terrorismo. ¿Quién no iría a una manifestación en recuerdo de las víctimas del terrorismo? Pues allí, mientras intentaba abrirme paso, cada vez con más cara de asco, entre la multitud, en ningún momento, oí ni leí una sola frase que expresase un sentimiento de recuerdo a ellas, ni una mirada al cielo, ni unos ojos que echasen de menos. No dudo de que lo hagan, pero yo al menos ayer no lo vi. Sólo se escuchaban cantos de ‘Zapatero, dimisión’ o ‘Zapatero, esto es un infierno’. Cuando mi bocota no se pudo estar callada y dijo: ‘Joder, pues si España es un infierno, bendito infierno’, un señor con bigotito giró la cabeza, me miró por encima del hombro y sonrió de medio lado. Le faltó insultarme. ‘Si quieres hacer una manifestación en contra del Gobierno, puedes hacerla. Por suerte, vivimos, aunque sea de cara a la galería, en una democracia y estas cosas están permitidas, oiga, no hace falta disfrazar nada’. En fin… que mi mala leche fue en aumento, sobre todo, después de oír frases como: ‘Gracias, Federico' o ‘Queremos ser girasoles’
Y me dan pena los niños. De mayor serán iguales. Y generalizo porque me da la gana. Porque estoy harta de la hipocresía; de que todos nos creamos más altos, más guapos y más listos que nadie; de que todos pensemos que nuestras ideas son las mejores y que las demás no merecen la pena. Manifiéstense, señores de derecha; manifiéstense, señores de izquierda. Pero dejen de hacer suyos símbolos que son de todos. Ayer odié la bandera de mi país (es increíble decir MI PAÍS en un mundo en el que las fronteras son tan frágiles como absurdas). Ayer odié a las señoronas con abrigos de visón y a los señorones con gabardina, puro y bigotito. Ayer sentí vergüenza ajena. Ayer sentí pena al pensar la cantidad de países del mundo que son, verdaderamente, un infierno por las guerras, el hambre o las enfermedades.
Y eso es todo, señor registrador de manifestantes. La mala leche se me pasó de vuelta a casa. Al final, no pude ver la ampliación del Prado. Pero nos acogieron en el Reina Sofía. Lo mejor, como siempre, la compañía y las charlas delante de un café. Y los paseos por Madrid en otoño. Lo peor, que usted pueda contar ese puntito verde y negro…
Un saludo
A MÍ QUE NO ME CUENTEN.
Estimado señor registrador de manifestantes:
El motivo de esta misiva no es otro que explicarle detenidamente que, detrás de ese puntito verde y negro que, ayer por la tarde, se movía inquieto, como cuando sacas un pez del agua, todo lo rápido que le permitían señoronas con tacones y abrigos de visón y señores con gabardina y puro y bigotito y niños y jóvenes con banderas, banderitas, banderolas y banderotas había una persona que no quería estar allí. Entiéndalo, después de visitar una exposición sobre un representante de la bohemia parisina, yo dirigí prestos mis pasos a Lavapiés, pero el destino es caprichoso y mis acompañantes... mmm… ‘te llevamos en sentido contrario, pero por otra calle para que no te des cuenta’. Mis mapas mentales de esta ciudad son limitados y lo serán aún cuando muera después de pasar aquí cien años. Mi sentido de la orientación lo es aún más. Además, Internet me falló, no escuché la radio ni vi la televisión. Pensé, equivocadamente, claro, cuando me vi camino del VIP’s de Colón a paso ligero, que la manifestación habría sido a las doce. Los pequeños grupúsculos portadores de trozos de tela rojigualda bien podrían ser los últimos resquicios. Eran más de las tres. Pero no, la afluencia cada vez era mayor. Se les veía pasar a través de los cristales. Una chica se pintaba los labios. Un matrimonio entraba a tomar café evitando el frío mientras comenzaba el cotarro. Para cuando empecé a ser consciente de lo que, en realidad, ocurría, ya se me había atragantado el pollo oriental con arroz blanco insaboro. Mis últimas palabras la noche anterior habían sido: ‘y mañana, pase lo que pase, no comemos en un VIP’s, que estoy empezando a odiarlos’.
Pues sí, sobre las cinco, me vi saliendo a la calle Génova con bastante cara de asco. Quería ir al Prado, pero para eso aún tenía que subir toda la calle, llegar a la plaza de Alonso Martínez y, por diversos motivos que aún no he podido entender, bajar por la otra acera de la misma calle para poder, a duras penas, alcanzar el Paseo de Recoletos. A efectos prácticos, más de una hora para cruzar una maldita calle. No me entiendan mal, estoy a favor de la libertad de expresión y del derecho de manifestación de la gente. Es más, estoy, incluso, a favor del derecho de todos a ser hipócritas, pero no lo soporto. Se supone que aquello era una manifestación en recuerdo de las víctimas del terrorismo. ¿Quién no iría a una manifestación en recuerdo de las víctimas del terrorismo? Pues allí, mientras intentaba abrirme paso, cada vez con más cara de asco, entre la multitud, en ningún momento, oí ni leí una sola frase que expresase un sentimiento de recuerdo a ellas, ni una mirada al cielo, ni unos ojos que echasen de menos. No dudo de que lo hagan, pero yo al menos ayer no lo vi. Sólo se escuchaban cantos de ‘Zapatero, dimisión’ o ‘Zapatero, esto es un infierno’. Cuando mi bocota no se pudo estar callada y dijo: ‘Joder, pues si España es un infierno, bendito infierno’, un señor con bigotito giró la cabeza, me miró por encima del hombro y sonrió de medio lado. Le faltó insultarme. ‘Si quieres hacer una manifestación en contra del Gobierno, puedes hacerla. Por suerte, vivimos, aunque sea de cara a la galería, en una democracia y estas cosas están permitidas, oiga, no hace falta disfrazar nada’. En fin… que mi mala leche fue en aumento, sobre todo, después de oír frases como: ‘Gracias, Federico' o ‘Queremos ser girasoles’
Y me dan pena los niños. De mayor serán iguales. Y generalizo porque me da la gana. Porque estoy harta de la hipocresía; de que todos nos creamos más altos, más guapos y más listos que nadie; de que todos pensemos que nuestras ideas son las mejores y que las demás no merecen la pena. Manifiéstense, señores de derecha; manifiéstense, señores de izquierda. Pero dejen de hacer suyos símbolos que son de todos. Ayer odié la bandera de mi país (es increíble decir MI PAÍS en un mundo en el que las fronteras son tan frágiles como absurdas). Ayer odié a las señoronas con abrigos de visón y a los señorones con gabardina, puro y bigotito. Ayer sentí vergüenza ajena. Ayer sentí pena al pensar la cantidad de países del mundo que son, verdaderamente, un infierno por las guerras, el hambre o las enfermedades.
Y eso es todo, señor registrador de manifestantes. La mala leche se me pasó de vuelta a casa. Al final, no pude ver la ampliación del Prado. Pero nos acogieron en el Reina Sofía. Lo mejor, como siempre, la compañía y las charlas delante de un café. Y los paseos por Madrid en otoño. Lo peor, que usted pueda contar ese puntito verde y negro…
Un saludo
2 comentarios:
¡¡¡ QUÉ CLASE TIENES, pequeño saltamontes!!!
lo siento, pero no voy a echar más leña al fuego...
por mí, pueden mandar todos los políticos de todas las razas e ideologías al paredón y hacer limpieza en el mundo... y ya de paso a algunos más... que no serán políticos pero sobran igual...
f. life!!
Sabía muchas anécdotas de viva voz... pero con forma de carta ganan sentido. Era largo, pero valió la pena. Ya lo decía el amigo... (no digo "mi", para que nadie se pueda sentir afectado). :)
Publicar un comentario