Bulle Madrid a las seis, a las siete, a las ocho; bulle esta mágica ciudad por la mañana, por la tarde, por la noche, en la madrugada. Gente en Sol, en la Gran Vía, en Lavapiés, en Malasaña. Andan, corren, vuelan tras un taxi o el autobús, pasean los abuelos bajo un sol de justicia. En Madrid se canta, se llora, se habla, se discute... o todo a la vez. En la superficie, pero también bajo el suelo hay vida. Quizás el infierno o algo que se le parece. Ánimas desangeladas vagan como zombis en el suburbano a las seis de la mañana. Todo se confunde tras una bofetada, tras el golpe que el ambiente provoca en la cara cuando pisas la estación. Hace calor, demasiado calor. El aire se puede cortar, se palpa, te envuelve y te ahoga cuando aún no has despertado. Otras almas, también extraviadas, se agolpan tras una línea. Las miradas perdidas en un túnel, tras una luz, al borde del abismo de unas vías que abortaron ansias de libertad. Pero aún no han muerto, no es la última luz. Por fin llega el tren, el mismo que cada día nos lleva a ninguna parte. A mí, a ti que lees esto, al resto de los mortales que nos acompañan en este viaje. ¿Cuántas más? ¿Cuántas almas más cabrán en este vagón? ¿Cuántas? Comienzan las miradas furtivas, el odio se refleja en las caras dormidas que sólo despiertan para gritar, para quejarse... Otros intentan evadirse tras las páginas de un libro que, antes o después, cerrarán para abrir otro. Será mañana. El aire se hace irrespirable. Los olores se juntan, se agolpan, se mezclan y te rodean hasta angustiar. A ti y al pequeño que llora en su carrito. Sus lágrimas se confunden con los insultos de la señora que cubre sus arrugas con medio kilo de maquillaje, con las voces de los que intentan salir mientras otros se empeñan en entrar, con el pitido de las puertas al cerrar. Y lo inunda todo el sudor del ejecutivo que ha de sufrir el traje y la corbata, el olor a vainilla de la chica del vestido de flores, el de mora de la niña de la piruleta. Pero al final siempre hay una estación que te espera, el destino. Lo amenizas tú, que cantas en la esquina, que alegras cada mañana y cada tarde y cada noche por unas monedas. Lo amenizan las notas de esa guitarra y la voz que me recuerda por qué me gusta esta ciudad. Porque esta es la magia de Madrid, con todo, lo malo y también lo bueno...
3 comentarios:
Estoy de acuerdo. Madrid bulle a todas horas. Me encanta la capacidad que tienes de describir la ciudad tal y como es. Oí decir una vez q es una ciudad q acoge sin preguntas. Será por eso q logra complementar tantas cosas y montarnos a todos en el mismo vagón. Aunque el destino sea distinto, en este tramo del viaje hemos coincidido todos...
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