29.1.08

huidas

Cuando decidió marcharse, lo hizo casi con un portazo. Todos la tomaron por loca. Su madre hizo una de sus típicas escenas. Su padre no le dirigió la palabra en días y sus hermanos simplemente pasaron del tema. Quería irse. Necesitaba irse. Y era su oportunidad.

No había sido una decisión tomada a la ligera. Lo había sopesado muchas veces, lo había puesto en una balanza, lo había pesado y repensado. Y estaba decidida. Se iba.

Para su novio fue la excusa perfecta. Lo supo con el tiempo. Fue su manera de formalizar una larga y secreta relación con su secretaria y, además, sin sentirse para nada culpable. Al fin y al cabo, era ella la que se marchaba y lo dejaba. Sus amigos, el monitor del gimnasio y el panadero se limitaron a desearle suerte.

No fue nadie al aeropuerto. Sus amigos tenían que estudiar, no todos podían dejar su vida así como así. Así como ella. Sus hermanos tenían mejores cosas que hacer y le habían dicho adiós la noche anterior. Su padre se había ido a la fábrica. Y su madre… su madre tenía clases de yoga. “Después de todo”, le había dicho, “el mundo tiene que seguir”.

Se dirigió hacia la parada de Metro. Echó una última mirada atrás y se metió bajo tierra. Así se sentía, como los avestruces cuando tienen miedo.

De aquello hacía casi dos años. Ahora nadie sabía que volvía. Acababa de pisar Barajas y se había sentido demasiado sola como para volver a montar sola en el Metro. Debía haber avisado. Se sentó en un local cualquiera, pidió un café con leche bien caliente e hizo un par de llamadas.

Sus amigos esperaban a un profesor y una nota muy importante. Otros trabajaban. Sus hermanos, como siempre, tenían mejores cosas que hacer. Su padre estaba en la fábrica y su madre tenía clases de relajación. Vivían en el mismo lugar, seguro que no tendría problemas en llegar. Sólo habían pasado dos años.

Sólo dos años… pero Madrid había seguido sin ella.

Y, de repente, echó de menos todos los lugares en lo que nunca había estado.

4 comentarios:

Adijirja dijo...

Hay ocasiones en que no encajamos en los sitios y lo sabemos, pero no somos capaces de buscar nuestro lugar fuera de ahí. En otras, la razón de irnos es para poder volver.
Qué duro es darnos cuenta de que nadie es imprescindible...

skldá dijo...

es cierto, a pesar de todo, nadie es imprescindible... o eso dicen...

violetazul dijo...

Me asombro de lo común que es echar de menos sitios donde no has estado nunca.. Tal vez pasa tanto como encontrarse en sitios donde siempre has estado y querer salir corriendo..
Hay veces, que saberse prescindible solo es posible superarlo con un café con leche bien caliente..

Anónimo dijo...

bonita... que eres una bonita...