6.2.07


¿Alguna vez te paraste a ver llover? Él lo hacía a menudo. De hecho, siempre llevaba un paraguas colgado del brazo. Aún en agosto. Nunca se sabe cuándo va a pasar -solía decir. Le gustaba pararse en medio de la calle y malgastar el tiempo. A veces, sólo eran unos minutos. Otras, pasaba así días y días. Y aquel otoño fue especialmente húmedo, sobre todo en el barrio. Fue así como lo conocí. Sin pensarlo. Sin preverlo. Sin ni siquiera haberlo soñado. Yo acababa de mudarme. Estaba sola en la ciudad y apenas si conocía la tienda de ultramarinos y la biblioteca. Allí pasaba la mayor parte del tiempo, entre viejos libros y las últimas novedades que llegaban desde América. No sé por qué. El bibliotecario ni siquiera me caía bien. Era un tipo raro que me miraba con mala cara. Supongo que ser la única inquilina de aquel destartalado edificio después de décadas no le hacía mucha gracia. Era su fortaleza y yo el enemigo. Pero me gustaba estar allí y mirar a través del ventanal. Supongo que los cristales me daban cierta distancia y me protegían de todos los fantasmas que había fuera. El día que lo conocí llovía. No podía ser de otro modo. El agua caía con tanta fuerza que no podía ver la calle. Estaba desorientada, así que decidí bajar y caminar. Había olvidado el paraguas, pero a aquellas alturas ya no importaba. Al arrancar de la parada, el autobús se vengó de mi indiferencia y me empapó el vestido. Fue entonces cuando lo vi. Estaba sentado en un banco. Leía el periódico. Eso dijo, pero yo creo que se lo inventaba. Después de varios días lloviendo sobre ellos, las letras que conformaban las noticias, ya de por sí desfasadas, eran ilegibles. Un borrón de tinta negra sobre fondo gris. Cuando me vio, muy tranquilo, dobló cuidadosamente el diario y agarró el paraguas. Me sorprendió. Se acercó a mí y lo abrió con una sonrisa. Sólo era un armazón de pequeños hierritos unidos entre sí. No había tela bajo la que cobijarse. Me acompañó hasta la puerta. Cuando me hubo dejado a salvo en el portal hizo una reverencia y volvió a sonreír. Cerró el paraguas y se marchó. No dijo nada.

No lo había vuelto a ver. Después de meses de la más absoluta sequía, hoy llovió de nuevo. Él apareció en el banco. Leía el periódico, igualmente empapado que la primera vez que nos vimos, pero al menos era la edición de la mañana. Me acerqué a él.

- Se me habia olvidado lo que me hacía reír usted

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Y este es mi cuento de buenas noches... aunque casi haya borrado (no se asuste, dos milésimas de segundo) la sonrisa.

Buenas noches, mi pececito de ciudad.

Anónimo dijo...

qué bonito!! tan genial como siempre!! pero tal vez debería contagiarte un poquito el optimismo algunos de mis textos aunque los últimos hayan vuelto al mal camino... tal vez vuelvan a cambiar, hoy escucho de nuevo Warcry y todo cambia cuando ellos se meten en tu vida con cada canción, te llenan de fuerza y optimismo irremediablemente...ss