13.8.06

Ni siquiera sé por qué me he decidido, al final, a poner esto aquí. Sigo sintiendo que no tengo derecho, que no sé nada de esta humedad, de esta tristeza, de esta nostalgia y de estas ansias de libertad sobre las que he escrito. Nada de este volverse loco contigo mismo para no perder del todo la cordura; nada de esos sueños de mundos mejores prefabricados por la droga que despertaron en una celda de cualquier prisión de España, del mundo. Aún así, salió esto.

Quería escribir algo que mereciese la pena leer, pero creo que no lo conseguiré, porque, en ocasiones, no es tan fácil aquello de expresar con palabras lo que sentimos, a pesar de que lo que sentimos no son más que palabras. Tenía cientos de anotaciones en hojas sueltas sobre mi escritorio. Hacía mucho tiempo. Desde el primer día de universidad, desde la invitación de Horizontes Abiertos que, escudada tras la necesidad de tiempo, rechacé, quizás por miedo. Quién sabe. Pero nunca es tarde, al menos, demasiado tarde. Es curioso que, a veces, sentimos que tenemos algo pendiente con la vida, con nosotros mismos y que el tiempo se encarga de írtelo recordando.

Quizás por eso volvieron este año tantas cosas. Quizá por eso tengo pendiente una conversación con un señor al que admiro, quizá por eso volvieron a mí los horizontes (y ahora no hay excusas), quizá por eso cada miércoles me arrancan las lágrimas con una canción un grupo de chicos a los que no conozco más que a través de una pantalla de televisión. Quizá por eso tantas otras cosas. Como haber escrito esto. Era parte de la tarea de construir sueños en madera. Salió esto. Esta mañana, mientras cumplía con mis tres folios de escritura automática nada más levantarme…


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LA VIDA NO ES UN CUENTO DE HEIDI (O LO QUE ES LO MISMO, CUANDO EL DELITO ES SER POBRE)

- ¿Las has matado a todas, papá?
- Ya quedan poquitas, princesa.

La conversación se repite una y otra vez. Y es que Antonio le contó a su pequeña que vive en un castillo y que no puede salir de allí hasta que mate a todas las brujas malas que atemorizan los sueños de su princesa.

Pero cuando la mentira no puede mantenerse, acallada por una realidad que oprime, Antonio cambia su versión y su sonrisa inocente:

- Esto es parte del infierno – afirma

Iba para boxeador. Hubiese sido bueno y llegado muy lejos. Pero se enredó. Eso dice. También que su pasado fue malo. Y es que la cárcel destruye poco a poco. Lo sabe bien. Lleva cinco años preso. Lo condenaron por una pelea, por un puñetazo de mala suerte. En siete meses, habrá acabado con todas las brujas que asustan a su hija y podrá abrazarla. Como se debe. Sin los barrotes tras los cuales ella le dibujó en el cole.

Cuentan que en el penal la risa es un bien escaso.

- Muchas veces estás contando un chiste y ni te ríes

Pero, después de todo, no es mal consejo ese de disimular, en la cárcel y en la vida… Al final, la jaula se convierte en un baile de máscaras en el que nadie es de verdad quien es o quien dice ser. Y eso es, en definitivas cuentas, también la droga, ¿no? Una protección, contra el mundo, contra uno mismo, contra el destino, contra la sociedad, contra la propia vida y quizás también contra la muerte. ¿Qué se siente cuándo se está enganchado?

- Pena, porque nadie te quiere al lado de él

No son más que los secretos del cuarto oscuro. Los secretos que nadie quiere escuchar. Las batallas de los que tienen que sobrevivir, a pesar de todo. De los que cambiaron los cuentos de príncipes y princesas por una raya de coca, de los que nunca oyeron un ‘buenas noches’, de los que cambiaban pastillas en vez de cromos en la puerta del colegio. La vida…

- Yo pienso que cuando salga, ya va a salir bien.

Lo dice una madre que, a primera vista, se ve que es el motor de la familia. Y no debe haber sido fácil. Nada fácil.

- Antonio metió a Fernando y Fernando metió a Manuel

Y ya son tres los hijos que la droga y la cárcel han arrebatado a esta mujer. Pero ella no se rinde. Ante todo es madre.

- Aquí me tienen hasta que me muera, si no me matan a disgustos.

Tampoco pierde la sonrisa ni el humor. El poco que le queda, al menos. Aprovecha las visitas para reprender como sólo sabe hacerlo una madre: con cariño y alientos de esperanza. Como las nanas que nos arrullaban. Quiere ser abuela. Por eso, convence cada día a su hijo para que, el día que abandone esas cuatro paredes, busque una novia formal.

Mientras, Manuel sólo puede darle la razón. Arrepentido y dolido, espera con ganas que la vida le dé una nueva oportunidad para vivir. Será en junio de 2009, después de seis años preso. Después de haber pagado su deuda con la sociedad: atracar dos agencias de viajes. El pasamontañas no pudo librarle del ‘chivatazo’ de sus ‘amigos’. Trabajaba de pintor, pero lejos de pintar angelitos negros, la heroína truncó su juventud.

Viene, de repente, a mi memoria un artículo de Eduardo Galeano. La canción de los presos. En él leí uno de los poemas más lindos que recuerdo. Escribía el uruguayo algo así como que no tiene la voz rota ni el corazón apagado quien es capaz de decir:

a veces llueve
y te quiero
a veces sale el sol
y te quiero
la cárcel es a veces
siempre te quiero

Tampoco quien, como tantos, desde la soledad de una habitación, traspasando muros y kilómetros de distancia, es capaz de soñar otro mundo mientras escribe una carta de amor a su princesa. De su puño y letra. Desde lo más profundo de su alma. Desde donde se escriben todas las cosas que de verdad valen la pena. Piensa que un día, cariño, esto terminará y seremos inseparables.

A veces, es lo único que queda, ¿no? Amar. Amar desesperadamente. De hecho, hay quienes mantienen que es el amor una de las causas más importantes de recaída en las drogas. Que, además de drogarse, de robar, de ser “chicos malos”, aman. Sin límites. Es decir, de verdad, porque sólo amando sin límites se ama de verdad. ¿Alguien lo dudaba? De ahí los poemas desesperados. Los poemas… los únicos capaces de romper, aunque sea un instante, ese caparazón que protege del desamparo, de la falta de luz, de la soledad de la cárcel.

Sí. A pesar de que, como dice Antonio Motos, “la cárcel destruye. Ha destruido matrimonios y familias”, el amor, muchas veces, triunfa. Lo puede todo. Y rompe barreras. Las del silencio, de los rumores, del miedo, de la incomprensión. Y sí, hay quien, incluso, se enamora de un asesino. Y no le importa. Ve más allá y siente que el resto del mundo no sea capaz. Es lo que alguien llamó “Horas de luz”. La diferencia, a veces, no es más que cuestión de palabras. “Mi marido no es un asesino; es una persona condenada por asesinato”. Allá cada cual. Ella, mientras, sueña por los dos e imagina una vida sencilla. Junto a él. Pintará en un almacén de tabaco reconvertido en taller.

Es sólo un trocito de la historia de Juan José Garfia. Me impresionó este no-cuento de buenas noches en algún momento y después he leído algunas cosas. Entre ellas, que desde hace años alguien más lucha por él, por que le concedan su primer permiso. La razón (y vuelvo a escribir de memoria) que se está adaptando a la cárcel o lo que es lo mismo, empieza a inadaptarse a la vida. Ese luchador es Jesús Valverde, profesor de Intervención sobre la Conducta Desadaptada en la facultad de Psicología de la Complutense. Ese personaje con quien tengo una conversación pendiente; ese personaje al que admiro a través de lo que me contaba mi mejor amiga, que tuvo la suerte de compartir con él algunas horas de aula. Un hombre que no cree en la cárcel, porque adaptarse a ella es algo anormal y eso no sirve de nada. Es más, está convencido de que no hay que luchar contra la droga, sino contra la propia cárcel y trabajar en alternativas. No, no ha perdido su cordura ni es un loco soñador. Sabe bien lo que dice. “Hay que ayudar al recluso, más trabajadores sociales y menos guardias civiles, que hacen más falta en las carreteras y no perdiendo el tiempo en garitas”.

Sólo alguien que guarda en su mirada el horror, la desesperación, la lucha y, a veces, el miedo que se vive en prisión puede repetir que la vida no es un cuento de Heidi. Sólo él podía advertir una y otra vez:
“la vida es un camino lleno de curvas y nadie está seguro de que no acabará en la cuneta”.

Sí, porque, a veces, los ‘chicos buenos’ también encauzan caminos tortuosos. Otras veces, es la vida. ¿Qué puede esperar alguien que nace en las vías del tren? ¿Qué futuro le está predestinado a quien no conoce más hogar que la calle o una chabola al otro lado de la estación? No extraña el pesimismo de algunos.

- Muchos de nosotros, cuando salgamos a la calle, vamos a estar muertos. Porque vamos a volver a los mismos lugares, a las mismas andadas, a recuperar los primeros amores…

Llevan años encerrados por un delito del que quizás no sean del todo culpables. A veces, es más fácil mirar para otro lado, callar a Pepito Grillo y echar la culpa a quien roba un reloj de oro para dar de comer a su familia. Y ya sé que no hay excusas. Que algunos salen adelante sin cometer errores. Pero quiénes somos nosotros para juzgar el destino de cada cual.

No sé. Esto no es más que un collage en blanco y negro. Un intento de dar salida a historias, pensamientos y testimonios que se agolpan en mi cabeza. Impotencia. Tristeza. Rabia. Porque el delito mayor es ser pobre. Manuel atracó dos agencias de viajes y le cayeron seis años. Seis años que cumplirá. Julián Muñoz ha robado, presuntamente, millones de euros. Le cayó un año. ¿Lo cumplirá, al menos? Otro de sus amigos se divierte en la noche marbellí tras haber pagado una fianza de 500.000 euros que le libró de la cárcel.

Y aún hay quien dice que se merecen estar todos ahí. Yo no lo sé. Me golpea una frase una y otra vez: “Hace tres años que no miro a lo lejos”. Lo decía un interno de la cárcel del Dueso. Tres años dando los mismos pasos, en la misma dirección. Ninguna parte. No creo, para nada, que la vida sea justa.

Les dejo un poema. Otro. Se lo escribió un tal Lucio a Enrique Falcón. Lo leí en Internet. Ya ven cómo es la vida. Desde el Módulo de Aislamiento de la cárcel de la Moraleja viajó hasta un noveno de Leganés:

Aquí donde se sabe cuándo se entra
pero no cuándo se sale.

Donde una simple discusión termina
con el puño más contundente campeón.

Donde el error se paga con la vida.

Donde la sangre es el desahogo
de la reivindicación.

Donde se castiga la dignidad y
se premia la pasividad.

Donde se vende a la sociedad
la tortura y la opresión
en forma de reinserción.

Donde la soledad es necesidad.

A ti, del "Grupo Anti-Demencia",
te dedico este "Baile de Guadañas".

De este cuerpo preso castigado
pero de espíritu libre y que vuela
como el Halcón,
indomable
como el León.

2 comentarios:

cj dijo...

Con respecto a la primera parte del post quiero decir:
Que a veces es necesario viajar al pasado y rescatar aquellas cosas que necesitamos para seguir caminando en nuestro presente. Aquellas "deudas" pendientes SIEMPRE (a mi humilde parecer) deben ser saldadas. Tu presente y tu futuro podrán alinearse de esta forma.
Te veo el jueves en el taller...
besos y abrazos mil

Alba R. Santos dijo...

Las calles de Montevideo son de un gris caliente... que parece hasta contradecirse. La cárcel central respira a través de rejas gruesas desde donde, puedo decirlo, he escuchado hombres gritando sueños por las noches. Desde esas ventanas con forma de jaula,más de uno, durante años, tiró papeles de fumar con versos escritos.

Versos como...
a veces llueve
y te quiero
a veces sale el sol
y te quiero
la cárcel es a veces
siempre te quiero

Galeano nunca estuvo preso... sí exiliado. Y no dejó nunca de buscar historias que desvelasen esos secretos a voces de entre rejas, para contárselos a su pueblo. Y al mundo... incluso ahora, veinte años después.

Los versos, no son de Galeano. Pero él los guarda como un tesoro en una caja de cartón que antes tuvo cigarros dentro. Versos que dicen los que muchos no pudieron decir, porque aún ahora... son desaparecidos. Y sus nombres se leen en el monumento del recuerdo del Cerro montevideano...

Buenas noches. (Sabes, no podía ser de otra forma, que me ha gustado).