31.1.08

sin título

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Fue entonces cuando pensó que si la vida te cuenta las cosas al revés que los sueños, no hay que darle más vueltas. Simplemente se trata de sentarte en un rincón y verla girar.

29.1.08

huidas

Cuando decidió marcharse, lo hizo casi con un portazo. Todos la tomaron por loca. Su madre hizo una de sus típicas escenas. Su padre no le dirigió la palabra en días y sus hermanos simplemente pasaron del tema. Quería irse. Necesitaba irse. Y era su oportunidad.

No había sido una decisión tomada a la ligera. Lo había sopesado muchas veces, lo había puesto en una balanza, lo había pesado y repensado. Y estaba decidida. Se iba.

Para su novio fue la excusa perfecta. Lo supo con el tiempo. Fue su manera de formalizar una larga y secreta relación con su secretaria y, además, sin sentirse para nada culpable. Al fin y al cabo, era ella la que se marchaba y lo dejaba. Sus amigos, el monitor del gimnasio y el panadero se limitaron a desearle suerte.

No fue nadie al aeropuerto. Sus amigos tenían que estudiar, no todos podían dejar su vida así como así. Así como ella. Sus hermanos tenían mejores cosas que hacer y le habían dicho adiós la noche anterior. Su padre se había ido a la fábrica. Y su madre… su madre tenía clases de yoga. “Después de todo”, le había dicho, “el mundo tiene que seguir”.

Se dirigió hacia la parada de Metro. Echó una última mirada atrás y se metió bajo tierra. Así se sentía, como los avestruces cuando tienen miedo.

De aquello hacía casi dos años. Ahora nadie sabía que volvía. Acababa de pisar Barajas y se había sentido demasiado sola como para volver a montar sola en el Metro. Debía haber avisado. Se sentó en un local cualquiera, pidió un café con leche bien caliente e hizo un par de llamadas.

Sus amigos esperaban a un profesor y una nota muy importante. Otros trabajaban. Sus hermanos, como siempre, tenían mejores cosas que hacer. Su padre estaba en la fábrica y su madre tenía clases de relajación. Vivían en el mismo lugar, seguro que no tendría problemas en llegar. Sólo habían pasado dos años.

Sólo dos años… pero Madrid había seguido sin ella.

Y, de repente, echó de menos todos los lugares en lo que nunca había estado.

26.1.08

[de]cadencia

- Las cadenzas brindan al solista la oportunidad de demostrar su brillantez técnica. De hecho, surgieron en la ópera de los siglos XVII y XVIII, cuando los cantantes improvisaban floridas ornamentaciones inmediatamente antes de la cadencia final de un aria. De ahí su nombre

La hora había llegado. Ni siquiera tuvo tiempo de comentar que mañana les hablaría de las cadencias que Beetohoven publicó para que se utilizaran en sus conciertos para piano. Tres segundos y todos habían desaparecido.



Caminaba de vuelta a casa. Daba clases nocturnas en un instituto para mayores de veinticinco años. A sus alumnos, la mayoría chicas que habían sido madres demasiado pronto, no les interesaba la música, sólo aprobar el maldito examen y obtener un título con el ganarse un futuro menos malo. Su sueldo era mediocre y se planteaba buscar otro trabajo durante el día. Se había casado hacía poco más de un año y su marido trabajaba de noche, incluidos los fines de semana. Hacía mucho tiempo que no viajaba y que no iba a la ópera, su gran pasión.

Bajo una tenue neblina, calle arriba, por primera vez pensó en si ésta era la vida que ella hubiese deseado llevar.

Nunca había sido muy dada a soñar. Ni siquiera a hacer planes a corto plazo. Siempre había preferido dejarse llevar, buscar lo bueno de cada momento, aprovechar los ratos de felicidad y tratar de pasar lo más rápido posible por encima de los problemas. Quizás por eso nunca pintó un esbozo de cómo quería que fuese su mañana; nunca meditó seriamente si lo que quería era dar clases en un instituto o si prefería la universidad; nunca se distrajo en verse parte de una gran orquesta ni pensó si estaba tan enamorada como para casarse, ni si él era el hombre de su vida ni si le apetecía levantarse todos los días a su lado. Hasta vivir en aquella ciudad había pasado porque sí.

Todo en su vida simplemente había sucedido. La carrera, las clases, el director del instituto, mudarse, su marido. Apareció un día, tomaron algunas copas, salieron a cenar, al cine. Y simplemente sucedió. Él le preguntó si quería casarse y ella dijo sí. No fue como lo había soñado, por la única razón de que nunca lo había soñado.

Ahora, camino del piso que tenían alquilado en la periferia de una ciudad cualquiera, recordó una conversación que alguna vez había escuchado. Sobre la magia que existe en la monotonía de la vida y sus recovecos. Recordó los veleros de papel que él le había regalado, los dibujos a carboncillo, las llamadas de los primeros días. Y se preguntó si esa magia no viajará en trenes caprichosos, si sería verdad aquello de que el amor dura tres meses y la pasión, lo que una combustión química. Si eso volviese, este vacío…

Subió cuatro pisos y abrió la puerta. Sobre la mesa, los restos de una cena improvisada. En la puerta del frigorífico, pegado en un post-it, un beso.

24.1.08

impresiones

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Cuando entré en el café y te vi sacudir la cabeza y mirar hacia otro lado, decidí no entrar.

Tenías el periódico sobre la mesa y parecías ajeno al mundo con la mirada perdida en la taza. Girabas la cucharilla, una y otra vez.

Volví sobre mis pasos y me marché.

Sé que no me viste y desconozco si me estuviste esperando.

En lo absurdo de un gesto se perdió el tiempo. Y ahora sé que ya no me esperas. Volví al café y no estabas.

Cuando me acuerdo de ti sacudo la cabeza y miro hacia otro lado. Es mi forma de pasar de echarte de menos a echarte a secas.

No sé si lo consigo del todo. ¿Tú lo conseguiste aquel día?

23.1.08

mañana sin falta

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Alguna vez, de vuelta a casa, hablábamos de la magia que existe en la monotonía de la vida y sus recovecos. Él me contaba que en el supermercado habla con las verduras. Que lo había intentado alguna vez con las frutas, pero, al parecer, el resultado había sido profundamente insatisfactorio. Y es que la fuerza interior que tiene la coliflor no tenía nada que ver con la de la clementina, a pesar de que ésta pudiese resultar siempre mucho más atractiva. En realidad, es una vanidosa. Yo me reía y le decía que no me refería a eso, sino al hecho de poder mantener una conversación como aquella a la salida de la oficina después de diez horas de rutinario trabajo.

Siempre nos despedíamos en la esquina con la promesa a medias de que mañana sin falta habría que discutir el tema delante de una copa de buen vino y con la convicción de que mañana sería siempre mañana.

Y aquello a era, precisamente, la magia de la monotonía de la vida y sus recovecos.

21.1.08

septiembre

Muchos años después volvimos a encontrarnos. Fue en septiembre del 2000, en la puerta del colegio de los niños.

Estaba igual, salvo que la juventud y los kilos habían seguido una trayectoria inversamente proporcional en su cuerpo. Vestía traje y corbata, tenía barba de varios días y las canas le hacían parecer mayor. Había aparcado el coche en la calle de al lado y de su mano caminaba indecisa una niña de grandes ojos negros y coleta alta. Acababan de mudarse.

Yo era la de antaño, sólo que ahora me teñía el pelo una vez al mes y varios centímetros de mi pecho habían recalado en la cintura y las caderas, pero multiplicados por el número de años que habían pasado desde la última vez que nos vimos. Mi carácter se había agriado desde el divorcio y mi cara había sido cincelada a base de disgustos, cuentas que nunca cuadran, dobles jornadas y horas de cola en el supermercado. Desde el nacimiento de mi hijo mis prioridades habían cambiado, más ahora que nos enfrentábamos solos a la vida.

Quizás los dos habíamos cambiado demasiado. Era absurdo mantener ese juego de creernos los de siempre, los de entonces. Era más maduro aceptar que pasábamos de los 40, que llevábamos una vida rutinaria e insulsa y que había quedado atrás aquella época en que soñar un futuro juntos era algo más que un pasatiempos. Y más que una utopía.

Tardamos en reconocernos. O puede que lo hiciésemos al instante y nuestros pensamientos se detuviesen en volver a ese punto exacto donde, dos décadas atrás, las manecillas del reloj se pararon para nosotros.

16.1.08

Te faltó el 'muy buenas'


Acababa de encontrarte. No era descabellado pensar que me reiría cuando me propusiste que viviésemos juntos. Pero tú te enfadaste. Soltaste la copa con la que un instante antes pretendías brindar y dijiste ‘adiós’.

‘Adiós’

Me quedé tan consternada que no supe reaccionar. Cuando llegué a casa, en busca de una explicación racional, abrí el diccionario. Primero por la A, para saber qué quisiste decir cuando dijiste ‘adiós’. Después por la C, para saber si era ‘consternación’ lo que yo sentía o era otra cosa.

‘adiós’ se utiliza para despedirse, para denotar que no es ya posible evitar un daño, para expresar decepción, incredulidad, desacuerdo o sorpresa y como despedida al término de una conversación. Pero la definición no explica despedirse hasta cuándo ni cómo hacer para evitar ese daño, ni para justificar tantas cosas.

‘consternación’ es la acción y el efecto de consternar, de conturbar mucho y abatir el ánimo. Creo que es así como me siento, aunque más simple. Yo diría que es cierta tristeza.

No sé si es definitivo o volverás. Pero dice el diccionario que para indicar que algo ha concluido o se ha rechazado hay que decir ‘y adiós, muy buenas’.

12.1.08

[untitled]

Sonó el móvil mientras conducía. Sabía que aquel infernal pitido no traería nada bueno. Delcolgó. La voz de la que aún era su mujer fue seca y tajante. Aquella misma tarde debía ir a recoger sus cosas. Había tenido la delicadeza de meterlas en cajas de cartón, así que le recomendaba llevar el coche.Pasaría entonces mismo.

Odiaba los teléfonos. Estaba convencido de que las noticias que viajaban a través de ellos nunca eran buenas. Le llamaron por teléfono cuando le dejó su primera novia, cuando le citaron para cumplir con su deber a la patria, cuando salió elegido para formar parte de un jurado popular, cuando se perdió su hija pequeña en unos grandes almacenes, cuando a su suegro le dio el infarto y cuando ingresaron a su hermana en el psiquiátrico. También cuando murieron sus padres. Estaba de vacaciones. Por teléfono le habían avisado de que su mejor amigo había tenido un grave accidente y de que su mujer se acostaba con otro. Los problemas con los distribuidores en el trabajo llegaban por teléfono. Incluso, la secretaria de dirección le comunicó por teléfono que el jefe quería hablar con él. Iban a despedirle.

Pensaba que nadie te llama para preguntar cómo te fue el día o qué piensas hacer el fin de semana, si no hay segundas intenciones implícitas.

Además, recordó, ese dichoso aparatito arruinaba siempre los sábados por la mañana. Como hecho a propósito, invariablemente sonaba cuando estaba a punto de poner los pies sobre la mesita del salón y leer el periódico. Como nadie en la casa descolgaba, él tenía que enfrentarse a solas a encuestas políticas, ventas de enciclopedias y sillones de masajes y enhorabuenas por haber ganado viajes o cheques en concursos en los que nunca había participado… Pero, sobre todo, lo peor de todo, eran esas vocecitas que te instaban a cambiar de compañía de teléfonos, de luz o de gas y que, ante tu negativa (lo único que deseabas era seguir con la lectura), te preguntaban, en tono duro, si lo que querías era seguir pagando más por el mismo servicio.

Camino de la que hasta hacía un par de semanas había sido su casa, determinó que en cuanto llegase a su recién adquirido pisito de divorciado se desharía del móvil. Lo tiraría por la ventana. Y nunca jamás volvería a cometer el error de instalar uno fijo.

El resto de su ropa, un par de cuadros que él había comprado, un equipo de música, el televisor del dormitorio, varios libros, su Black&Decker, algunas fotos de sus hijos y poco más. Pensó en lo poco que ocupaban materialmente los últimos nueve años de su vida.

Sonó el móvil mientras conducía. No tenía intención de descolgar, pero pensó que podía ser importante. No conocía el número. Resultó ser Rosa. Formaba parte del departamento de marketing de su antigua empresa. (Cayó en la cuenta de que tendría que buscar un nuevo empleo). Se había enterado de que acababa de separarse y se preguntaba si querría acompañarla a tomar una copa aquella noche. Ella también estaba divorciada y sabía que se pasaba mal al principio, le había dicho. Pero él quería acomodar su piso y colocar las cosas que ahora trasladaba en cajas. Quedaron en llamarse y acordar una cita. Como amigos.

Estaba sonriendo. Nunca creyó que encontraría una mujer tan pronto. Salió a la terraza a dejar las cajas vacías. Se acordó de que había determinado deshacerse del móvil. Pensó que si lo hacía no podría llamar a Rosa y el plan le apetecía mucho.

Le dijo al casero que no estaba interesado en instalar una línea de teléfono. Lanzó el móvil desde el noveno y esperó a verlo chocar contra el suelo. Aunque, al principio, le pareció que también a través de los teléfonos pueden viajar buenas noticias (la llamada de Rosa lo había sido), no se dejó engañar. Pensó que algún día ella lo llamaría para decirle que no quería verlo más.

Encendió el televisor y se dispuso a colocar los pies sobre la mesa del salón.

Sonó el timbre de la puerta...

11.1.08

profesional[mente]


_regla de tres

Si un 'periodista' es una portera con estudios
Un 'psicólogo' es un 'loquero' reconvertido en gurú espiritual del vulgo

(:P)

10.1.08

suicida [vida]

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Lisboa. Calçada de Santo André


"Charly García se tiró desde un séptimo a una piscina y tuvo la suerte de caer en la piscina. Entonces, él escribió una canción que decía 'me tiré por vos', me tiré por ti. Lo que viene a decir es que no te puedes quedar inmóvil, que lo que tienes que hacer, aunque sea, es lanzarte a la piscina, arriesgarte, con la esperanza de caer dentro... PORQUE VAS A CAER DENTRO"

9.1.08

eternidad

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Doce horas no es una vuelta de las manecillas del reloj... es la ventaja que te da la noche para llenar el vacío de tu cama.

Y doce horas no es la otra vuelta... sino los instantes de placer que te concede el día para romper el sueño.

Reo. Condenado a muerte. Patíbulo. Verdugo.

Y el tiempo se me escapa entre tus dedos en esta última escapada.
Los minutos resbalan por tu espalda.
Los segundos se cuentan en tu boca, al ritmo de un beso... tic... y otro beso... tac

Herido de muerte. La última voluntad. El último ad...

Las horas se apuñalan unas a otras para volver a verte… tictac tictac tictac
Y en vez de morir, se multiplican y se convierten en días, en semanas, en meses, en estaciones.
Y cambia el año.
Y vuelve el invierno.

Tic tic Tic tic Tic

Y la cuenta atrás, que nunca termina… O puede que sí.
La cuenta atrás termina en la eternidad.

Pero allí ya no hay segundos, ni minutos, ni horas, ni días, ni semanas, ni meses, ni años.
Ni besos.
Ni siquiera invierno.

El último suspiro…
Tac

Eternidad.

Nada

4.1.08

gran vía [6]

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'La técnica consistía en citarse vagamente en un barrio a cierta hora. Les gustaba desafiar el peligro de no encontrarse, de pasar el día solos, enfurruñados en un café o en un banco de plaza, leyendo-un-libro-más (...) Así andaban, Punch and Judy, atrayéndose y rechazándose como hace falta si no se quiere que el amor termine en cromo o en romanza sin palabras. Pero el amor, esa palabra...'

2.1.08

lisboa'0[7]8

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Recupero esta foto para comenzar el año...

Con ella, recupero recuerdos y sueños, pasado y futuro...
presente, en definitiva

Recupero Lisboa...

Recupero la ciudad infinita
la magia, la nostalgia, el destino...

Y recupero los planes a medias,
las ganas de echarle ganas,
las historias de amor,
los viajes improvisados,
los esbozos que se hacen para romperlos.

Y brindo por lo que significó y significará siempre...
por que no falten los imprescindibles,
por el egoismo que os pide que sigáis a mi lado,
por los cafés compartidos, aquí o en el fin del mundo,
por las noches de insomnio y las estaciones de tren,
por los abrazos a distancia, por las llamadas de teléfono,
por la nariz de payaso, por las risas a tiempo,
por el tiempo robado...

'Brindemos... que hoy es siempre todavía'