25.9.06

Anoche hablaba con alguien sobre medicina y un viejo, muy viejo sueño de ser pediatra, que después cambié por una pluma y fracasos dignos del mejor de los brindis en el peor de los antros. También ayer, le contaba a Mariajo historias de tranvías y librerías antiguas, de vueltas al pasado, de las que se regresa triunfante (por una vez) que bien podrían formar parte de tertulias en cafés tumultuosos. ¿Casualidad? No sé. Puede... Últimamente empecé a acostumbrarme a las sorpresas que da la vida. Tanto, que cuando pasa un día y no aparecen, también me sorprendo...

Hoy las casualidades llenaban la boca de Ángel Luis después de levantarse de otra caída. Médico jubilado prematuramente (como todos, añadió), de la antigua escuela, me dijo. Aunque esto yo no lo entendí. Él sonrió: Eres muy joven. Emeritense obligado por sus hijas a vivir en el Madrid de su juventud desde que murió su esposa. Ciudad Universitaria-Moncloa. Caminamos bajo un sol radiante que templaba nuestros cuerpos. Me contó de amores pasados, de su María, de los viajes en tranvía camino de la facultad, de lecturas en cualquier banco, de otras épocas, de otras batallitas con finales repetidos que ya escuché alguna vez.

Tendrás suerte, haz caso a este viejo.

Le sonrío mientras me alejo y le digo adiós con la mano.

22.9.06

Setenta balcones hay en esta casa,
setenta balcones y ninguna flor.
¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa?
¿Odian el perfume, odian el color?


Y había una respuesta (tenía razón)... Cuando el amor es más fuerte... se construyen los recuerdos... se reinventan los sueños...

- Hasta que la muerte los separe
- Y después también...

21.9.06

A mi madre siempre le gustó escribir diarios. Eso y tocar el piano. Solía decir que las personas somos una mezcla de recuerdos y sueños. Por eso, se empeñaba en escribir todo cuánto pensaba y cuánto le sucedía, por si algún día tenía que echar mano de ello.

Mi hermana y yo pensábamos que no le faltaba razón. Mi madre sabía de todo y el almacén de su memoria tendría un límite. Eso creíamos nosotros. Ella podía responder a todas las preguntas que se nos ocurrían, fuese cual fuese el tema. Bueno, algo tenía que ir olvidando para recordarlo todo, ¿no? Porque a mi madre nada se le pasaba por alto. Sabía exactamente cuándo habíamos nacido, cuánto pesamos y medimos, cuál fue la primera palabra que dijimos y el lugar y la fecha exacta en que lo hicimos, cuándo se nos cayó el primer diente de leche, el tiempo que hacía el primer día que nos llevó al cole… Incluso, a veces, sabía qué estábamos pensando o qué nos preocupaba. Sabía todas esas cosas que después te das cuenta que saben todos los padres, pero que entonces a mi hermana y a mí nos maravillaban. Pero lo que más nos asombraba de ella era que pudiese transformar aquellos garabatos, que ella llamaba notas, en algo tan lindo.

Aún recuerdo la tarde en que nos contó la historia de su compositor favorito: Beethoven. Había ido, como cada día, a recogernos a la salida. Sobre Madrid caía algo parecido al diluvio universal. Estaba preciosa. Se había soltado el pelo y llevaba puesta la gabardina negra que mi padre le había regalado las Navidades pasadas. Nos esperaba en la puerta principal, con un paraguas enorme y los cuellos del abrigo hacia arriba. Sonreía. Ella siempre sonreía. Incluso hoy sigue sonriendo. Parecía una de esas actrices de las películas en blanco y negro que tanto le gustaban y que veía, los sábados por la noche, abrazada a mi padre, cuando nosotros nos íbamos a dormir. El agua no había dejado de caer con fuerza en todo el día, pero convencimos a mi madre para volver caminando. Mi hermana y yo íbamos ataviados con impermeables y botas de agua. A pesar de todo, llegamos a casa calados hasta los huesos. Mamá siempre nos dejaba saltar sobre los charcos. Después nos daba un baño caliente, nos sentaba en el sofá, nos tapaba con una mantita, nos traía chocolate y galletas y tocaba el piano. Aquella tarde yo estaba disgustado. Mis compañeros de clase no me habían dejado jugar el partido de fútbol con ellos porque tenía gafas. ¡Dónde se había visto un Pelé “cuatro ojos”! Por eso, mientras fuera seguía lloviendo a cántaros, mi madre tocó la 9ª Sinfonía.

- ¿Te ha gustado?

Lo cierto es que yo estaba impresionado. Incluso la pequeña había dejado de enredarme en el pelo, cosa que me ponía bastante nervioso, y se había quedado absorta.

Mi madre me miró mientras bebía de la taza aún humeante.

- Es la 9ª Sinfonía y la compuso un señor llamado Beethoven. ¿Y sabes qué? Cuando lo hizo, estaba sordo. No oía absolutamente nada. Todo lo tenía en su cabeza.

No importaba ser diferente. No había obstáculos que pudiesen frenar los sueños de cada uno. Esos obstáculos los poníamos y lo quitábamos nosotros. Ésa fue la lección que aquella mujer de ojos negros nos enseñó una tarde de lluvia. Después se sentó entre los dos y nos abrazó muy fuerte.

Puede que ella ni siquiera lo recuerde. O puede que eso también lo escribiese en uno de sus diarios. Nunca nos decía qué escribía. Y nosotros, a pesar de la curiosidad, nunca lo habíamos leído. Nunca hasta hoy. Es por eso que ahora mismo estoy escribiendo esto. A mano y con su pluma. Tal y como ella hacía. Sobre el piano.

He venido a la casa de mi niñez a recoger algunas cosas. No pensaba estar aquí más del tiempo necesario. Un par de horas a lo sumo. Pero encontré este cuaderno de tapas verdes sobre el piano. Mi padre se había llevado a mi madre a pasar el fin de semana al campo. No sé si fue una buena idea, pero tuvieron que volver rápidamente. Todo se había precipitado y mi esposa se había puesto de parto. Hoy tuve mi primer hijo. Me hubiese gustado que fuese una niña y que se pareciese a su abuela… Aún así, soy el hombre más feliz de la Tierra. Sólo hay una cosa que me entristece un poco y es que no sé si puedo decir que recordaré este día toda mi vida.

El caso es que no sé muy bien qué hago aquí. Debo llevar horas escribiendo sin sentido. No sé hacerlo como lo hacía ella. Pero mi hermana estuvo de acuerdo en que estaría bien. Lo de continuar el diario y recordar (volver a pasar por el corazón, que dicen algunos), por si acaso algún día hay que echar mano de ello. Me prometió que también ella lo hará y también nuestros hijos y nuestros nietos.

Creo que a mi madre le hubiese gustado ser escritora. Le encantaba leer e inventar cuentos de hadas, dragones, príncipes y princesas y caballeros con espada. Recuerdo el pequeño estudio de la casa lleno de libros y de cientos de hojas escritas por ella por todos lados. También le hubiese gustado ser pintora. Ella siempre decía que lo que más le gustaba en el mundo era ser nuestra madre y la esposa de mi padre. Yo creo que si le hubiesen preguntado, hubiese respondido que le encantaría ser actriz. Curiosamente, su película favorita era Gilda. La había visto cientos de veces abrazada al amor de su vida. Recuerdo que ella siempre se reía cuando mi padre le decía que ella era mil veces más guapa que la tal Rita.

Mi madre empezó este diario hace tres años. Apenas ha escrito veinte páginas… Hace mucho mucho tiempo que escribió la última. Al más puro estilo. Con una cita que hizo suya:

Mis recuerdos han empezado a borrarse” Rita Hayworth

Hoy fui a buscarlos a la estación para llevarlos al hospital a conocer al pequeño de la familia. Su primer nieto. Mi padre estaba radiante. Parece, incluso, que lo de ser abuelo le ha quitado años. Bajaron del tren como las parejas de las postales antiguas. Cogidos del brazo y con una vieja maleta de cuero marrón. La sonrisa siempre en los labios.

- ¿Dónde me lleva? – le preguntó a mi padre mientras caminábamos bajo la lluvia, como aquel día

- Preciosa –mi padre siempre la llamaba así- hoy vamos a conocer al pequeñajo de la familia

- Y este señor que nos acompaña, ¿quién es? ¿El padre del niño?

Es muy duro que tu madre no te reconozca. Es muy duro pensar que puede que ya ni te quiera, porque no recuerda cómo hacerlo. Nos dijeron que primero serían los cumpleaños y los aniversarios, después ciertos recuerdos, lo que había hecho hace un momento… Poco a poco, se le olvidaría dónde y con quién vive, no sabría si es de día o si es de noche, se olvidaría de comer, de cómo caminar, de leer… Temo el día en que se olvide de respirar…

Ahora nos toca a nosotros construir sus recuerdos. Ahora le toca a mi padre contar historias de dos. Empezará a leerle sus diarios.


Siempre he pensado que las personas somos una mezcla de recuerdos y sueños. Creo que sin ellos dejamos un poquito de ser nosotros para convertirnos en otros, o quizás en nada. Si nos roban los sueños, nos están robando el futuro. Si se pierden los recuerdos, se pierde el pasado. Entonces, el presente no tiene sentido.

Hoy "se celebra" el Día Mundial del Alzheimer. Se harán un montón de actos, saldrá en los periódicos y en la televisión y durante unas horas todos estaremos muy concienciados del problema. Mañana todo seguirá igual. Habrá mucha gente sin presente que dejará de importarnos. Por el momento, no hay cura posible. La solución pasa por la investigación con células madre. Parece que algún pasito vamos dando. Ójala no hubiese que contar historias como esta. No es más que otra historia inventada que puede ser la verdadera historia de mucha gente. Conozco un par de casos, pero son millones... No es justo que alguien pierda sus recuerdos... No es justo que una madre no reconozca a un hijo

19.9.06

¡Cómo pasa el tiempo! Y pensar que parece que fue ayer... Llamada de teléfono y notición: ¡Nueva hermanita! Tantas cosas... Ste preguntando de qué color es y Nelia, tan seria, con sus tres añitos de lógica aplastante, contestando consternada a los mayores que se reían: "pues también los hay negros"... Y pensar que hoy podrías no estar aquí, pensar en todo lo que pasaste con horas de vida, tan pequeña, tan linda... Entender después los llantos de todos... Una niña de siete añitos, sentada en el umbral de la puerta, cogida de la mano del pequeñajo de cuatro, que no entendían nada... "Teníamos nueva hermanita. ¿Por qué lloraba la gente desconsolada?"

Cuántos recuerdos, princesita, cuántas risas, cuántas confidencias, cuántos secretos... cuántos abrazos... y los que quedan. ¿Recuerdas? Las tardes de domingo, las excursiones a 'los canchos', los regalitos hechos a mano que me recibían cada fin de semana, los cuentos y las canciones para dormir, las noches en vela, las horas colgadas del teléfono... Y te me haces mayor... y casi ni me doy cuenta... y casi ni te veo... y ya son 17...

Te quiero, pequeña


17.9.06

Diarios de motocicleta


Argentina - Chile - Perú - Venezuela. A veces, la fiebre tiene estas cosas... De repente, desde tu cama te ves recorriendo América Latina a lomos de "La Poderosa"... Sientes el aire en la cara, el frío de la nieve, el agua que cala hasta los huesos, la sed de los mineros, la resignación del alma que se parte en dos en la despedida, la sorpresa de los leprosos que dejan de serlo y sonríen…

Te sientes parte de una historia que aún no termina, que ni siquiera sé si empezó, pero que mataron un poquito… Esa historia no sé bien de qué habla, porque de tanto oírla y contarla acaba reinventándose en cada boca, adaptándose a los intereses del narrador, perdiendo toda su esencia… Unidad, libertad, ideales, lucha por ser reconocidos como somos, ni más ni menos que el resto… iguales todos. Utopía quizás… pero todavía hay quien cree en estas cosas…

Por los sueños… por los viajes pendientes… por un guerrillero loco y por las locuras hechas realidad… por los planes que no se cumplen y cambian el rumbo de todo… también de la vida.

“Yo ya no soy yo, al menos no soy el mismo yo interior”. Ernesto Che Guevara –en una carta a su madre al final del viaje-.

15.9.06

No pude evitarlo...

"Yo soy el viejo de pueblo que se sienta en una piedra junto a su puerta esperando a ver quién pasa por la calle. Le interesa el mundo y, por eso, sale cada noche cuando refresca, pero no se levantará del poyete para ir más allá"


(...), pensador

-que no pensadora, por razones de la dictadura de la mayoría-

13.9.06

En medio de algo que comienza a parecerse a la rutina y de horas acumuladas de vuelo en globos aerostáticos fabricados con tela de colores y perchas; en medio de sueños quijotescos y planes de futuro sin futuro, viejas letras han unido mi pasado y mi presente, canciones que algún día tarareé de tanto escucharlas por la radio y que entonces y también ahora vuelvo a identificar con hechos, sonrisas, anécdotas, recuerdos... y personas especiales. Entonces era él... Hoy, a pesar de todo (el tiempo, los vanos esfuerzos, la ausencia) ya no... A él lo cambié por otro él. Tan diferentes... y la misma historia

Alguien, hace días, me 'regaló' una canción que, según recuerda algún personajillo con risa de duende -cuando no se enfada-, canté hasta cansar al personal en la acampada que pasó a la historia por varios hechos: los peinados con agua y azúcar, los garbanzos con cebolla y mahonesa (aún no me he recuperado del asco), las charlas a deshora -como siempre-, las redacciones de putas y penas de muerte, las historias de miedo con susto incluido que no me dejaron dormir, las aventuras del 'arlequín', las caminatas, la cama de David, Laura Pausini (¿?) y Alejandro Sanz...

En Madrid está lloviendo
y todo sigue como siempre
solamente que no estás
y el tiempo pasa lentamente
estoy loco por que vuelvas
hace tanto que te fuiste...

Esta noche en la radio volvió a sonar otra de esas viejas canciones. Ella baila sola...

por ti mi vida empeño
por un momento de verte sonreír
por ti mi alma vendo
a cambio del tiempo que necesites
para ser feliz

Dicen que "cuando estamos solos durante largo tiempo, llenamos el vacío con fantasmas". Puede ser...

5.9.06

Hasta siempre

Se acabó. Cerró los ojos y no pudo ni decir adiós.

Que no haya más despedidas... sin el cigarrillo en una mano y la copita de coñac en la otra.

Faltan tardes de verano, faltan historias, faltan carcajadas, faltan los caramelos de La Caixa... Vaya tomando ventaja, vaya buscando la sombra de una parralera donde acomodar la silla y el restaurante de nuestra próxima comida en familia. Como siempre. Como cada 15 de agosto.

Avui falten paraules. Adéu

4.9.06

Vocación: Ave Fenix


Ya lo dije una vez: yo también reclamo para mí los derechos a tener miedo y a ser cobarde... y a deprimirme y a no querer (o poder) levantarme y a quererte y a echarte de menos y a sentir que la vida es hoy un asco y que quizás no cambie mañana (o sí) y a rebelarme contra la muerte que nos acecha y a sentir el vacío que deja tu ausencia y a enfadarme por nada contigo, con ella y con todos y a negarme a pedir perdón porque no significa nada y a dejar de soñar y seguir haciéndolo contigo (porque tu recuerdo también me reclama el derecho a no irse así como así) y a marcharme bien lejos y a quedarme aquí y a quejarme del mundo y a seguir creyendo en las personas, aunque nos fallen, y a llorar hasta quedarme dormida y a no reír si no quiero (aunque quiera y aunque siempre lo haga)...

"Durante este tiempo, cada mañana su sonrisa aliviaba el peso del mundo". Ahora pueden pararlo porque hoy sí me falta.

Ya veré cómo hago para resurgir

1.9.06

Hoy no hay hueco para nada, ni siquiera para un café, ni para una copita de buen coñac (del de siempre, del de la botella de cinco litros), ni para las sobremesas de verano, ni para una sonrisa... Por un momento, la tristeza borra hasta los recuerdos, hasta los buenos recuerdos. Volverán, lo sé, pero no ahora. Hoy las palabras no tienen dueño. No hay palabras capaces, no hay palabras de consuelo. Todo suena a lo ya dicho, como si no importara. "Viven si los pienso", escribió alguien. Hoy aún puedo decir que vive mientras lo pienso y tengo miedo a dejar de pensar y que ello tenga sabor a despedida. Al último adiós. "El adiós de cada uno de ellos anticipa el nuestro propio", escribían hace no demasiado tiempo. De nuevo las coincidencias, ahora sin sorpresas. Sin lindas sorpresas. Pero hoy el temido adiós no anticipa el nuestro, sino las lágrimas de los que se quedan. El llanto amargo de una Señora (sí, así, con mayúscula) que ve cómo se le va su amor, el de toda la vida, en una triste cama de hospital. Hace una hora hablé con ella... a pesar de que ninguna teníamos las fuerzas necesarias para hacerlo. Casi todo fue silencio. Del que corta, del que duele en lo más profundo. Sentí su falsa fuerza al principio, su dar ánimos al resto del mundo cuando ya le flaquean las piernas y le tiembla la voz. Sentí su derrumbe en segundos y, lo que es peor, sentí caer sus lágrimas. No lo soporto. No hay nada en este mundo que más odie que la tristeza y las lágrimas de la gente que quiero. La impotencia de la distancia y de no saber qué decir porque no hay nada que decir. Nada más. Sólo que la vida es injusta; que, a veces, es una mierda. Sí, así. Que no bastan los sueños, ni las oraciones, ni la esperanza cuando te dicen que no pueden hacer nada por salvar una vida. Por salvar también tu vida porque somos uno. Que esa vida se va, sin remedio, sin que la dama de la guadaña pida permiso a nadie. Ella sólo acecha, como los cobardes...